Sentado en un tren que iba a 150Km/h, y que se cruzaría con otro en sentido contrario en
un punto X que no quise hallar, la vi.
Estaba sentada tranquila, leyendo “Alicia en el país de las maravillas”. Me dio la impresión de que se sentía identificada con el libro porque era parecida a Alicia: dulce, imaginativa y muy curiosa. No me equivoqué.
Aparentaba tener unos
4!=24 años y realmente no sé si cumplía la
proporción áurea, pero su belleza era perfecta. Desprendía un magnetismo muy especial.
Su
sonrisa era más bella que la fórmula de Euler, sus ojos color miel
casi tan grandes como el conjunto de los números reales y su melena castaña tan
larga como el pasillo del Hotel de Hilbert.
Una de las cosas que más me llamó la atención de ella fue su forma de vestir. Llevaba un
jersey con dibujos geométricos y una bufanda granate con forma de Banda de Moebius. La verdad que no hacía por ir a la moda como todas las demás, y como no lo necesitaba, ésta
no pertenecía a su espacio muestral.
Con lo guapa que es, seguro que estaba acostumbrada a tener
satélites a su alrededor intentando conquistarla, probando una y otra vez como
los infinitos monos del teorema, pero seguro que era buena encontrando rápido el punto de fuga de esas situaciones, y quitándoselos de encima.
En ese momento sonó su móvil, y tras varios tonos dijo: “Sí, soy Sofía, dime…”.
No sé si estaba enamorado, pero reconozco que en ese momento
empecé a ver cardioides por todas partes.
Deseaba más que nada en el mundo hablar con ella. Decirle que, si nos conocemos, nuestro amor sería una
función infinitamente creciente; que probara
por L´Hôpital que el tiempo que quiero pasar con ella es divergente; que si nos uniéramos
en una matriz nuestro rango sería 1; y sobre todo que, si me conoce, esperaba de todo corazón que
la aplicación de nuestro amor fuera biyectiva.
Es verdad, para un tipo como yo, amante de las matemáticas y muy normalito, Sofía parecía inalcanzable, como la meta en la
Paradoja de Zenón… aunque por suerte, soy admirador de la
obra de Cantor.
¿Pero cómo podía hacerlo? ¿Cómo decirle que
por ella me aprendería todos los decimales de pi? ¿Cómo decirle que
sería capaz de ponerme un sombrero bobo con tal de ver su sonrisa?
Me daba igual saber que
tenía probabilidad 0 de enamorarla, porque por lo menos
siendo 0 no era imposible. Así que lo iba a intentar. ¡Estaba decidido! Mi plan era hablar con ella y hacerle
una proposición para salir a cenar, pero aunque al final iba a decirle
“C.Q.D.”, me daba miedo que no se fiara de
mi demostración.
Me acerqué a ella y me miró sonriente. Me derretí, porque a un épsilon de distancia era todavía más bella, y con todo el miedo del mundo le hablé:
-Hola, perdona mi indiscreción, ¿te gustan las matemáticas?
@JcVirin